dilluns, 3 de febrer del 2014

Veneno gris pardo.

Me subo al coche. He discutido con mi madre. No se cree que esté mal. Curiosamente lo estoy pero no le digo toda la verdad sobre mis dolencias. Para ella, que habla tanto de Dios como de su monótona  vida eternamente condicionada por su ya afligiente monotonía. No se da cuenta de que ese sentido comun, ese tener que hacer, no es más que una excusa útil. Pero si le explicas algo a alguien y no lo entiende, por más que se lo expliques no lo va a entender.

A veces pienso que las cadenas deben de sernos muy cómodas. Hoy en día hablar de libertad no es ni deseado ni adecuado de tratar ante aquellos que entran en los esquemas oficiales de lo decente. La libertad interroga. Los enfermos que hablamos tanto de la libertad somos los que más la anhelamos, esperando la oportunidad para la precariedad más dolorosa. Al final es más difícil el llevar una vida libre que aceptar la brutalidad de la precariedad como eje de la vida.

Salgo del coche. Tras darme un beso y pedirme que sea bueno, le respondo que no sé ser de otra manera.

Llego muy pronto al instituto como para que haya alguien a quién ver. Las sombras de los panópticos pasillos se ve interrumpìda por la débil luz que llega a través de las ventanas de las clases a las que ha llegado alguien.

Estoy en el primer piso viendo la débil pero estable llegada de alumnos. Repentinamente noto que alguien me está mirando. Me giro y presto atención. Puedo vislumbrar alguien entre las sombras de las entradas de los baños del primer piso. Me acerco a la entrada de los baños noto que alguien con suavidad pero con firmeza atrapa mis manos por detrás de modo que no pueda moverlas.  Me embiste contra la pared estando de espaldas a él y usando la boca empieza a jugar con mi oreja. No sé lo que está pasando pero me gusta Me da la vuelta de modo que pueda verlo pero sigo estando entre él y la pared. Sus brazos no me dejan escapar. Lo miro.

Veo que el tío es un grandote de pelo corto. Lo llaman el Gordo pero es un apodo no del todo cierto. No se puede decir que esté gordo. Veo sus enormes brazos envuelven toda posibilidad de escape. Además, no sé si quiero escapar. Nunca me había dado cuenta de la mirada oscura de este chico. Está impregnada de un deseo hedonista y salvaje que no es de este mundo. Es como si te estuviera haciendo el amor. Hasta ahora jamás no había experimentado nada parecido. Hay pocas personas que realmente sepan desnudarte y dominarte así con la mirada. Me deshago y le pregunto qué quiere- Irme de aquí y no volver jamás. Lo mismo que tú.

Me quedo pensativo y le respondo- No quiero estar aquí, pero no es precisamente marcharme de aquí lo que más anhelo.- Ahora es él el que piensa y me espeta- Cuando salgamos de aquí me haré cargo personalmente de lo que más anheles pero ahora tenemos que irnos, antes de que empiecen las clases.- Algo asalta rápidamente mi mente- Soy menor todavía, no puedo salir- Me mira perplejo y me dice- Por eso mismo tenemos que irnos antes de que empiecen las clases. -Decido pues que no tiene ninguna importancia la distancia en el tiempo existente desde el momento que nací hasta este momento, así que lo sigo. Al menos hoy no será otro día monótono y aburrido.

Saliendo por la puerta junto con el Gordo me encuentro de frente con mi profesora de Griego, que me mira con desaprobación- ¿A dónde vas?- A lo que le respondo lacónicamente- No lo sé.- Sorprendida hace una mueca de desaprobación y se adentra junto con los demás en la fábrica de trabajadores eficientes. El Gordo me tira sin demasiada vehemencia del brazo para el asombro de los que en gila también se introducen en la cárcel infantil.

Me lleva a una calle sin gente propia de un pueblo de interior perdido como cualquier otro. Está  aparcado un mustang cuyas ruedas derechas están sobre la acera. Nos acercamos al vehículo y me dice- Es el coche de Pericás.

¡Maldito sea Pericás! Maldito friki de las matemáticas aplastasueños. El Gordo prosigue- Lo aparca aquí para que no se lo quememos- Y espetó frunciendo el ceño- Es gilipollas, tiene dinero para un mustang pero no para que su madre no le compre la ropa a estas alturas de su vida. - Escuchándolo no me había dado cuenta de que el Gordo ya estaba dentro del coche arrancándolo. Había robado las llaves en el departamento de matemáticas antes de atraerme siendo presa así de su trampa.

Me pide que suba y yo subo. Nada que objetar, tampoco me desespero ante lo que acaba de ocurrir. Simplemente está ocurriendo. Eso sí, me abrocho el cinturón de seguridad.

El coche atraviesa las estrechas calles buscando una salida. El pueblo se convierte en un laberinto atroz. Estoy nervioso, pero lo estoy mirando a él y parece muy tranquilo. Seguro que no es la primera vez que hace algo así. Jamás lo hubiera pensado.

¿Por qué a mi y no a alguien mejor?- Le espeté, a lo que me responde- No hay quién como tú- No digo nada, pero sin duda me pregunto que sabrá de mi este tío. Pero no quiero contarle el rollo. Me está gustando esta sinrazón desmedida. No hallo el porqué pero me doy cuenta que el porqué no es importante.

Me conduce a la ciudad con su recién tomado prestado Mustang. No sé a dónde me lleva. Me da igual. Nos aventuramos a introducirnos en un barrio inhóspito. Aparca el coche y salimos ante el portón de un edificio. Es un barrio conflictivo. Veo que deja las llaves puestas y , al percatarse de mi perplejidad, me explica que así el coche dejaría de ser problema nuestro. Me parece bien.

Entramos en el edificio. Por dentro parece que todo está más limpio que fuera, pero no brilla. Subimos muchas escaleras, muchas, hasta que llegamos al piso al que él me está llevando. Llama dándole golpes a la `puerta en una compleja secuencia. Empiezo a tener un poco de miedo. Pero no digo nada. No quiero perderme algo interesante por culpa del miedo.

Me presenta a la dueña, o por lo menos deduje que lo era, del piso. Se llama Anita. Parece pensar con claridad. ¡Qué cosas! Aún así está colocada, me doy cuenta. Anita es una chica delgada y pequeña. Tiene un pelo no excesivamente largo. Ondulado, pero ni rizado ni liso, ni mucho menos planchado, Anita nos invita a pasar y nos hace sentarnos en unos cojines sobre la moqueta. Nos trae de la cocina tes con lenche y rápidamente situa una cachimba en el centro del círuclo.

Nos ofrece un tiro de cachimbra pero el Gordo dice que no quiere y le secundo. Una vez estamos sentados ya alrededor de la cachimba  nos habla de su "material". No tengo ni idea de lo que están hablando.  Miro alrededor mío y veo un montón de decoración budista, hinduista y demás. Es curioso ver un buda junto a una Ganesa sobre una barra americana. Se percata que miro anodanado su casa y me comenta que le gusta lo oriental. Parece simpática pese a lo poco en serio que me tomo yo estos rollos orientales. Noto que stoy relajado. Parece que algo bueno tiene que pasar.

Anita y él se levantan tras haber estado diez minutos hablando de cosas por las que no sentí ningún interés. Ahora, por casualidad, puedo fumar un poco de la cachimba, pero en seguida me tengo que levantar.

Anita nos lleva a una habitación muy bonita con tragaluz que dejaba entrar la agradable luz del atardecer. ¡Qué sol tan radiante para el mes de Febrero. Puedo notar cómo pasa el tiempo a cada instante, aunque sea por minúsculos rayos de esa preciosa luz que da la vida. El resto de la habitación está en gris pero pueden intuirse formas de algunos muebles y figuras. Ante la puerta al abrir hay un buda sintoísta. Lo he visto antes pero ahora no puedo.

Hay telas colgando por varios lados. Tenía colores azules y rosas. Anita, sin musitar palabra, nos lleva una caja bajo el tragaluz, dónde estábamos situados nosotros y nos acerca arrastrandolos desde las sombras dos cojines redondos llenos de plumas para tumbarse. Son enormes.

En seguida pide que nos sentemos y nos relajemos en los enormes cojines. Anita abre la caja y veo que de ella saca unas jeringuillas. No sé por qué pero pero no me asusta. Lo lógico sería preguntarse qué está pasando pero que le den a la lógica.

Llena las jeringuillas de una sustancia gris parda. El Gordo me mira y me pregunta ¿Sabes lo que es? - Niego con la cabeza, él prosigue- Es heroina ¿Vas a querer probarla?- Le respondo que me da igual encogiendo los hombros.

Anita se marcha y el Gordo me ayuda inyectándome él mismo la dosis preparada. En seguida empiezo a sentir algo impresionante, increible. No había sentido nunca antes algo parecido. Es como desdoblarse trillones de veces alzándose hacia el cielo. El Gordo ya se ha metido su dosis. Nos relajamos tumbados en los cojines. Puedo sentir cómo se está repitiendo infinitas veces hacía el cielo. Me encanta verlo así. Me encanta este chico. Tras relajarnos un rato se gira hacia mi y me pregunta finalmente- ¿Ahora me dirás cuál era ese anhelo tuyo?- Me mira sonriéndome tumbado hacia mi con el cuepo y la cabeza recostados en el cojín. Lo miro un poco serio y le respondo- Quiero morir ¿Puedes ayudarme?- Me responde que sí con la cabeza. Se pone al lado mía y tumbados nos besamos. No me he dado cuenta de que ha aprovechado para inyectarme una dosis de heroina dónde no hay que inyectarla si lo que se quiere es seguir viviendo. Me pone las manos en la nariz y la boca y me asfixia. Estoy sufriendo y a la vez estoy volando hacia el cielo infinitas veces. Estoy sufriendo pero esto es pasajero. Voy a deshacerme en la nada. Quiero volver a la nada. ¿Por qué le tenemos tanto miedo a la muerte?  La muerte parece un regalo merecido y dulce tras haber conocido esta vida absurda. Es casi como correrse.

En este último instante lo miro a los ojos intentando mostrarle mi profundo agradecimiento y pienso ¿Qué hubiera pasado de no haber ido hoy a clase? Seguiría vivio. ¡Qué horror!

1 comentari:

  1. M'has deixat amb els ulls plens de llàgrimes... Seguiría vivo ¡Qué horror!... Desesper!

    Per cert, crec que tenim por a la mort perquè és instintiva com en tots els animals. Pur instint de supervivència.

    Una abraçada.

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